Yo me había quedado en la calle, otra vez, o puedo decir: ahí vienen el frío , la mugre en la ropa, el desempleo y el hambre con las tortuosas horas de soledad.
Fue una tarde donde me puse a fumar marihuana; la incertidumbre realmente te mata, y unos vándalos se me acercaron, yo terminé fumando pasta base con ellos y me hice amigote de santiago.
En el parque centenario hay una fuente de agua muerta y un cuadrado de adoquines que es su tanque, no es mas grande que la cucha de un perro, así que dormí ahí, éramos como cinco muchachotes fumando y durmiendo.
La mañana estaba calurosa, raramente, y nos acercamos a una camioneta con acoplado.
Santiago abrió la lona y rápidamente sacamos el cricket, la rueda de auxilio, una caja de herramientas que me toco a mí, y las balizas. Caminamos todos como por un bosque riéndonos, parecíamos chicos inocentes de jardín de infantes jugando con la rueda de auxilio. Clásico de la calle, cambiamos todo por droguitas.
Los dos llegamos a una pescadería, y mientras sosteniamos un palo amenazante de romper la vidriera, santiago menguaba las más ricas rabas.
Una pelea interna se suscito por las drogas, igual yo ya tenía la panza llena, decidí tomar distancia de los cinco, pero me quedé sin casa.
El Parque Rivadavia tiene unos puestos de chapa verde donde se venden libros y forman varios pasillos. Por la noche comenzó a llover tupidamente, y me puse a dormir en el interior de un pasillito que se forma entre local y local. El guardia del parque vino y me echó, tenía un cuchillo de guerra en el cinturón. Hay un puestero que es muy viejo, con larga barba y pelo, parece un vagabundo, tiene un perro. Yo eche a patadas al Chihuahua y me metí en su cucha a dormir, pero el puestero canoso me sacó del cuchitril, amablemente pero me sacó.
En el Parque Rivadavia hay un boulevard de cemento, con bancos de ladrillo. De la nada al lado de esto, encontré un colchón con frazadas, la almohada tenía florcitas así que me puse a dormir.
Sorpresivamente, me echaron a las horas, un gran chorro de nafta y unos neonazis intentaron prenderme fuego. Luego fueron corridos, perseguidos por mí y mi inseparable barreta de metal. La lluvia se había detenido.
Santiago y sus amigotes volvieron, se habían robado de una juguetería varios revólveres de plástico, tiraban balines y tenían miras de láser. Nos pusimos a jugar a la guerra y a veces apuntábamos a algunos transeúntes que se asustaban. Nosotros nos tentábamos de risa.
Yo di vuelta el colchón y me puse a dormir hasta la mañana siguiente que me despertaron los griteríos de los niños del colegio.
lunes, 22 de marzo de 2010
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