Lugano esta lleno de edificios, uno al lado del otro forman filas de indescriptible belleza, es una gran metrópolis que desemboca en el autodromo. Luisito era el profesor de música conocido por todo el barrio, también era ciego.
Por cada edificio había una pandilla que, por esos años, se las llamaban cremas y estas cremas tenían por costumbre drogarse hasta quedar tirados en el piso, o en las escaleras, cuando uno subía a su casa a censor roto.
Paraba en el barrio de Flores y una noche cuando bajé del colectivo, una de las cremas estaba asaltando a Luisito ,puñales en mano.
- sabes lo que pasa, nos queremos tomar una cerveza- dijo uno de los pandilleros y le sacaron su flauta traversa.
Yo no pude hacer nada, Luisito tampoco, pero me puse a hablar con él, y llegamos a la conclusión de que yo era testigo, Luis podía reconocer las voces .
El profesor de música tenía oído absoluto, pero la conclusión más triste fue que la denuncia traería serias represarías por parte de las cremas.
Nunca me voy a olvidar de la cara de Luis en el asalto, mucho menos de la expresión. Parecía que podía ver o mirar mejor que cualquiera, atinó a resoplar un poco resignado.
Este pequeño hecho por primera vez, marcó para mí, y a la vista, el comienzo de una generación de ladrones sin código. La sensación de impotencia se repite cada vez que escucho una flauta traversa.
Escribo sobre esto querido lector desconocido, porque lo recuerdo como el hecho más bajo de la cuadra. En todos los otros delitos, por lo menos, había una “casi igualdad” de condiciones, hasta un revólver para responder de parte de los damnificados.
lunes, 22 de marzo de 2010
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