Era el único que caminaba por el santuario, lleno de estatuas y velas robadas, las estatuas más feas eran santos, y, las otras demoños; había lápidas, crucifijos, payasos de juguetes y unos espejos de madera con marcos coloniales.
Ellos solían llamarse: papá, Daddy stoned!, yo, los llamaba: mis hijos de la calle, los inkietos, sentados sobre colchones sucios siempre, rodeados de ratas. Nos las pasábamos horas y horas mirando lo que hacían y deshacían nuestras amadísimas ratas, y las admirábamos para escapar de nuestra sentencia de muerte a los palazos limpios.
Yo caminaba solo, desesperanzado, de vez en cuando golpeaba mi bastón sobre el piso dando una risotada maléfica, para que pensaran que estaba tramando algún atentado contra el fascismo neonazi moderno; los inkietos, me observaban tratando de inspirarse a pesar de la resaca, el viento, y el frío que congelaba hasta sus sueños de libertad.
Un ruido se escuchó desde el pasillo de la casa abandonada, luego se escucharon pasos y todos nos pusimos alerta, y yo, mire por la puerta rota del corredor que conducía desde la entrada de la casa, hasta el patio santuario. Me encantaba simular ser un pirata viejo, sabio, borracho, que sabía navegar por las tormentas de la tristeza saliendo ileso y a los inkietos les encanta ser mi tripulación.
Lo primero que se vio, fueron unas largas rastas rubias, luego logre ver unos ojos verdes parpadeando, eran como esmeraldas a la luz de las velas. Ella sonrío al verme, dientes agresivos como lobo, intrigantes, muy tentadores para mi gusto; estiró sus brazos olvidándose del miedo que la descorazonaba, y siguió sonriendo hasta cruzar la puerta y abrazarme.
- ¡esta noche quiero ser un lucero! Aseguro Delfina, y los Inkietos aplaudieron tibiamente-, no te copies Carrington, ¿eh?, y eso, siempre se me copia!
- -esta noche-les dije-, banquet de pordioseros, y carroza de los tontos!
Los dos subimos las escaleras hasta llegar a mi habitación de la mano, mi Pandora llena de dread look’s se puso a jugar a la tabla ouija, y con una copa comenzó a invocar espíritus. Yo me dí cuenta de que Delfina estaba escuchando voces, tenía delirios místicos, y, enceguecida hablaba sola leyendo un oráculo satánico incoherente.
Tomé mi revolver, hice unos malabares, malabares y malabares, y, lo deposité cuidadosamente sobre la tabla ouija de mármol, apostando a la gran ruleta de los deseos.
Desde ahora no te vas a llamar más Carrington-consideró Delfina apuntándome con el revolver en medio de los ojos-, te voy a llamar: El Tigre de la Makina.
-Es un buen sueño dije yo ,disfrutando de las armas japonesas colgadas sobre las paredes-, nada mejor que la mala reputación para cuidarte, jap!.
- me gustaría asesinar a alguien para sacarme toda la bronca mirando como chorrea la sangre- consideró Delfina poniendo el dedo en el gatillo, presionando, haciendo que el martillo del revolver, se moviese hacia atrás tibiamente y, así siguió frunciendo el ceño, con esos ojos arios inyectados en rabia, sin dejar de mover su maraña de rastas rubias, tratando de aprender una pose nueva, moviéndose como una modelo seductora y peligrosa- ¿y ahora? ¡te bardeo todo! ¿eh?
-a la gente no se la mata- le dije indignado- ¿tal vez se le roba? ¿tal vez se la estafe?; pero a la gente no se la mata, eso, no es un sueño!- aventuré yo, y le arrebaté el revolver de las manos enojado seriamente. -, grrr!off!
Delfina se agarró el pecho, casi se puso a llorar, y luego movió sus manos con marcado desprecio. Fue la primera vez que le destrozaba un sueño a mi Pandora punx, éramos tan felices, lo que más nos gustaba era reírnos de nuestras conversaciones de locos y, soñar despiertos. Creo que envejecí…
Envejecí tan joven dentro del alma de Delfina y, todavía no me lo pude perdonar.
Todos los inkietos nos juntamos en mi habitación, disfrutando del calor de la estufa a leña y de la luz de las velas, comimos, bebimos, soñamos con reventar a un facho con las armas japonesas en nuestras manos; por primera vez estábamos todos tranquilos, nos sentíamos acompañados; éramos una familia feliz donde, hablar y delirar no era visto como pecado.
Se escucharon unos golpes en la puerta hasta que se rompió, después se abrió bruscamente, el estruendo nos asustó y aparecieron tres policías de brigada vestidos en camperas de cuero negro.
-¡quédense quietos y arrojen las armas!
Nos pusieron a todos contra la pared, nos registraron rápidamente y, nos seguían apuntando con sus pistolas reglamentarias que brillaban a la luz de las velas.
-quedas detenido “trapo”, tenés pedido de captura, de paradero por tu papá- aseguró el poli y, todos los inkietos estaban prófugos de sus hogares por drogadictos-, tenés que acompañarnos a la seccional.
El policía les pegó un cachetazo, los esposó, y se los llevaron a los arrastrotes a la patrulla.
Así termino el sueño de los 7 magníficos, era un sueño tan joven, la clase de anhelo que nace solo, y se puede disfrutar espontáneamente en conjunto, fue peor que ver apagarse a una estrella de rock.
Yo envejecí, envejecí tan joven por haberlos perdido, la casa, el reconocimiento, la alegría rebelde que, necesito un ejercito de bastones para poder caminar; Delfina con el tiempo creció, se convirtió en una amazona, hoy es una mañana casada con una hija hermosa, es más grande que un titán a la hora de las responsabilidades con su marido pero, nunca voy a poder olvidar su cara maléfica, sus impulsos de autodestrucción y sus susurros en la oscuridad.
lunes, 22 de marzo de 2010
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